
"Porque son rubias, morenas, pelirrojas, dulces, calientes, cálidas, graciosas, porque tienen cada vez un orgasmo. Porque cuando no tienen un orgasmo no lo fingen. Porque son mujeres, porque no son hombres, ni otra cosa. Porque hemos salido de ellas y a ellas volvemos, y nuestra mente orbita como una estrella pesada y embarazada, una y otra vez, a su alrededor."
Por qué nos gustan las mujeres
Mircea Cartarescu
Por qué nos gustan las mujeres
Mircea Cartarescu
4 comentarios:
¡¡¡WELCOME EGA!!!!
POR QUÉ ME GUSTA MIRCEA CARTARESCU
Compré el libro por la fotografía en su tapa: una mujer, con la belleza remota de las actrices en las películas de los años treinta, acostada sobre una media luna. No conocía al autor, Mircea Cartarescu, pero noté que cada “a” de su apellido tenía una pequeña luna por encima. Así que adiviné que aquel autor era rumano, lo que no podía presumir por la problemática, honda como un océano, del título: Por qué nos gustan las mujeres (Editorial Funambulista, Madrid).
En Francia pasa algo extraño: un autor rumano importante es un autor que escribe en francés y toca temas relacionados con la esencia de la vida. Nos tocó recibir, en una época en que no se hablaba tanto de la inmigración, a tres rumanos, tres amigos, que han tenido un papel muy importante en la historia literaria de Francia: Eugène Ionesco (1909-1994), Mircea Eliade (1907-1986), Emile Cioran (1911-1995). El primero se inventó el teatro del absurdo, y puso en práctica su visión hasta ingresar en el lugar más absurdo del mundo, la Académie Française. El segundo fue profesor en la École pratique des hautes études y se estableció en el corazón de los estudios sobre el concepto de lo sagrado y la historia de las religiones; llegó a ser ineludible desde el momento en que el Islam recobró una fuerza expansionista. El tercero se especializó en la producción de aforismos (“la ventaja del aforismo, dijo en una explicación famosa, es que no hay que entregar prueba de lo que uno dice. Se tira un aforismo como se da una bofetada”).
En los títulos de los libros de Cioran las palabras más comunes son: amargura, caída, descomposición, desesperanza, vencido, crepúsculo. Es decir; del absurdo del primero, a lo sagrado del segundo y a lo negro que tiene la obra del tercero, Rumania no ha traído mucha ilusión a Francia. Cartarescu es todo lo contrario: habla de la vida como de una experiencia positiva, hasta agradable, y que tiene, de vez en cuando, algo que podemos entender. Claro, de vez en cuando Cartarescu escribe frases como “… mi vida ha sido, de hecho, una larga serie de crueldades, malentendidos, maldades cometidas por el gusto de la maldad, y estupideces cometidas por pura estupidez, como son, quizás, las vidas de muchos de nosotros”. Pero supongo que un rumano tiene que escribir de vez en cuando frases optimistas como esta. Por lo demás, el libro de Cartarescu es una maravilla de frescura y de sorpresas, sin pretensiones filosóficas, sin sumisión a una forma preestablecida, casi sin forma -“no es posible hacer nada para conseguir un estilo”, escribe.
Ha incluido en su libro textos escritos para la edición rumana de Elle, pero también textos inéditos. Son cuentos y meditaciones, memorias y mentiras entregadas desde el punto de vista de un hombre. “Soy un hombre como cualquier otro, reconoce el autor. El nivel de hormonas andrógenas en mi sangre es diez veces más alto que el de una mujer”. Así es el libro: la obra de un hombre que habla de las mujeres. No puedo escribir de sus mujeres o de las mujeres de su vida, ya que el texto llamado Por qué nos gustan las mujeres da cuarenta y cinco explicaciones, que se pueden resumir en una sola frase: porque las mujeres siempre se nos escapan, incluyendo a las esposas.
Utilizando recuerdos y pequeños objetos, frases recogidas y trozos de lecturas, Cartarescu construye un castillo de naipes que su lector toca con sumo cuidado, sabiendo que se trata de un milagro que se va a romper en cualquier momento. Hay de todo en su libro, hasta un texto perdido titulado “El gran Sincu”, que retrata a unos estudiantes rumanos que se dedican a la semiótica en la mejor época del estructuralismo. La manera en que el autor muestra el viaje sin llegada de este grupo de privilegiados, la crème de la crème, perdidos en el eje sintagmático/paradigmático, es un eco tan honesto y fiel a lo que vi en Francia, que yo sé por qué me gusta Mircea Cartarescu: habla de la vida tal como es.
Sólamente quería decir que el hombre de la foto no es Cartarescu. Por cierto, el libro es una maravilla.
Pues sí que se llama Cartarescu, pero no es el que referido, ciertamente.
Ya aparece la foto correcta...
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