Rafael de Paula
Rafael de Paula estaba al margen del
toreo a fuerza de estar en el núcleo mismo del toreo: lo suyo era otra cosa. No
rompió ningún molde: se limitó a crear un molde nuevo. Hasta que el molde se
rompió por sí solo, claro está. Y el mundo sigue.
Felipe Benítez Reyes
3 comentarios:
FELIPE BENÍTEZ REYES 07/06/2007
Nunca he sido aficionado a los toros (¿para qué?), pero fui aficionado al toreo de Rafael de Paula, supongo que porque este gitano de la ciudad de los gitanos representaba una anomalía mágica dentro del toreo: alguien capaz de convertir una tarde de toros en un espectáculo de indecisión y dramatismo, de misterio y desgarro, de frustración o de gloria. Siempre fue Rafael de Paula un torero imprevisible... incluso para Rafael de Paula. Una moneda lanzada al aire. Y había veces en que incluso la moneda desaparecía en el aire: nada. Porque el Paula podía ser una presencia invisible, espectro de sí mismo, perdido allá en sí mismo o de sí mismo, entre miles de espectadores vociferantes que se tomaban la molestia de abroncar a un espectro.
Hoy, el Paula es un torero retirado, motivo de fabulaciones y leyendas. En realidad, era ya leyenda cuando estaba en activo, y la plaza parecía una unánime respiración contenida cuando el jerezano se abría de capa, expectante la afición ante los designios de esos duendes que vienen a ser la metáfora de la posibilidad de lo casi imposible. A veces, esos duendes veleidosos disponían que algún que otro toro se fuese vivo al corral, pero, en el fondo, ¿quién puede tomarse en serio a esos toreros que son capaces de matar todos sus toros? La magia también debe fallar. Y son los toreros irregulares los que conceden credibilidad al toreo, que no puede aspirar a convertirse en una ciencia exacta, en un guión fijo, en una expectativa previsible: a veces hay que tocar la gloria con las manos y a veces hay que morder el polvo. El problema es que el polvo puede morderlo todo el mundo, pero la gloria pueden tocarla muy pocos. La verdadera gloria: la de lograr convertir un espectáculo canallesco y atroz en una ceremonia estremecedora. El Paula era de ésos, cuando lo era.
Decía Oscar Wilde que el público es un ente asombrosamente tolerante, capaz de perdonar todo, salvo el genio. A Rafael de Paula no le perdonaron el suyo. O mejor dicho: el público no parecía comprender que su genialidad tenía una cara y una cruz, y que ambas formaban parte de una esencia única. Sólo el genio tiene derecho a no serlo. Sólo el genio puede ser la sombra patética de sí mismo sin dejar de ser quien es, porque esa sombra patética es también protagonista principal de la trama.
En mayo de 2000 era feria en Jerez de la Frontera y el Paula compartía cartel con Curro Romero y Finito de Córdoba. Rafael se dejó vivos sus dos toros y se arrancó la coleta. Había debutado con picadores en aquella plaza en 1958. Se fue del toreo del mismo modo en que estuvo durante más de cuarenta años en el toreo: de un modo improvisado y trágico, desgarrado y pasional, con esa dignidad en carne viva de los perdedores. Se fue de los toros en medio de un arrebato, porque su vida profesional no fue otra cosa que eso: un arrebato milagroso, la extraña religión estética de un hombre aterrado del poder de los dioses y de los duendes, tanto de los malos como de los benéficos. Se fue porque se puede luchar contra los toros, pero no contra el tiempo, aunque él consiguió del tiempo una prórroga no menos inexplicable que temeraria.
Con sus rodillas rotas en pedazos, Rafael de Paula se puso durante décadas delante de los toros con la sola defensa de su anómala sabiduría, de su instinto oscuro, de sus muñecas lentas y barrocas. ¿Esos célebres miedos de Rafael de Paula? No es más valiente quien menos miedo tiene, sino aquél que, aun estando muerto de miedo, lleva a cabo faenas de valiente. Con sus piernas de trapo, con sus rodillas convertidas en una chatarrería gracias a la cirugía experimental de los años setenta, el Paula fue el torero más portentoso, más imprevisible, más excéntrico, más desvalido y más hondo de cuantos ha visto uno, y tardará mucho en nacer -si es que nace- alguien que lleve el oficio de torear adonde él lo llevó: al territorio de la pura especulación artística, al ámbito irreal de los arquetipos, al grado de la ensoñación inexplicable.
Una tarde de feria, un torero de 60 años fue vencido por el tiempo. Tenía que matar dos toros, pero comprendió que lo más lógico sería que uno de esos dos toros lo matara a él.
Rafael de Paula estaba al margen del toreo a fuerza de estar en el núcleo mismo del toreo: lo suyo era otra cosa. No rompió ningún molde: se limitó a crear un molde nuevo. Hasta que el molde se rompió por sí solo, claro está. Y el mundo sigue.
Felipe Benítez Reyes es poeta y narrador, ganador del último Premio Nadal con la obra Mercado de espejismos.
Joaquín Vidal - El Pais - 28-11-1981
Más que sentado, medio tumbado en el tresillo, el codo en el respaldo, cruzadas, las piernas y, algo vuelto, apenas te mira porque la mirada la tiene en una nube donde se celan complicadas ideas sobre su peculiar filosofia del toreo. A veces bosteza este Rafael de Paula que va hecho un pincel, en traje príncipe de Gales y corbata italiana a rayas, que se curva ostentosa antes de desaparecer por el chaleco, y entre párrafos interminables y tartamudeados a conciencia, le entra comom una hartura o coo un vacío existencial. Por eso te sorprendes cuando, de repente, por una pregunta sin intención (o a lo mejor la llevaba, quién sabe), se incorpora, se crispa, bulle entre los almohadones, bracea y escenifica toda una geomtría del toreo.
El toro de ilusión pasa por aquí y por allí. Paza, mejor, y vuelve, y se va a la cadera, y de la cadera derecha a la izquierda, y la palma de la mano lo guía, y tú piensas que si fuera así, caramba, dónde estaría el señor Soto -en los carteles, Rafael de Paula-; nunca más abajo de la gloria. Sólo falta que el público ruja y estalle en palmas de son, aunque seguramente en la nube del artista ese público existe también y está rugiendo y ha estallado en palmas de son. Cuando despierta son las tantas. Se nos han hecho las tantas hablando de toros.La pregunta sin intención (o a lo mejor la llevaba, quién sabe) había sido: dicen de usted que codillea. Y respondió: « ¿Qué, que yo codilleo? Tiene gracia. ¿Que codilleo? Es gracioso eso. Codilleo, codilleo, ¿y qué es codillear? Pero vamos a ver : ¿qué es torear? Si yo codilleara, me cogerían los toros. Al toro, mire, se le presenta la muleta así y se le llama aquí y se le lleva allá. Yo podría llevarlo lejos, porque sé mandar, tengo recursos y además brazo y estatura para dejarlo en la otra parte de la plaza, ¿me entiende? Pero eso no es torear. Al toro hay que llevarlo detrás de la cadera. El toreo no es en línea recta, sino en circunferencia. Circunferencia es el ruedo y circunferencia es el recorrido del toro tal como yo lo entiendo. Y bueno, a lo mejor doblo el brazo para hacerlo, ¿qué quiere que le diga? Lo encuentro tan irrelevante que apenas merece comentario».
Apenas merece comentario, pero estuvo un cuarto de hora explicándolo, en la teoría y en la práctica, con su geometría, que le obligó a rebullir por medio sofá. Y ya que est ábamos, le pregunt é por qué coge la muleta como si fuera una garrota. Y también encajó la acusación: «No siempre, ¿eh?, no siempre cojo el estoquillador de la muleta como si fuera... ¿una garrota dice?, tiene gracia. Recuerdo que en la crónica que me hizo de una corrida en Sevilla lo dec ía, y ten ía usted razón, pues ese día, en efecto, agarré el engaño como si fuera un palo. Pero pocas veces más lo he hecho. Lo que pasa es que yo presento la muleta de frente, la sujeto con los dedos de la mano para abajo y, al doblar éstos, puede parecer que la agarro de mala manera. No; la muleta, plana, de frente, para el cite». Y cita.
Luego, cuando embarca, observas con asombro que esa mano vuelve la palma para arriba, como si imaginara que trae en ella al toro, y luego lo despide detrás de la cadera. ¡Detrás de la cadera siempre, en pura interpretación cireunferencial de la suerte! Pero de lo que se trataba con la entrevista era de entender el toreo de Rafael de Paula, el por qué de un arte cicatero que, cuando aparece, se muestra sublime, y a esas alturas ya lo tenías comprendido -o, al menos, lo esencial- y apenas hacía falta continuar la entrevista, pues el objetivo estaba cumplido. Pero, nada más que por enredar, le hab ías expuesto delicadamente otra cuestión: da la sensación, torero, que a veces no se acopla con los toros porque, empeñado en crear arte, olvida la técnica, o acaso no está muy puesto en ella. Y aquí Rafael de Paula -Rafael Soto en el mundo- niega de plano: «Sin técnica no se puede torear. La técnica, como el valor (¡ay, señor !, qué mención tan inquietante en el artista gitano) son indispensables para hacer el toreo. Tienes que conocer el toro, el manejo de los engaños y las suertes. Y luego has de tener el valor suficiente para ejecutarlas. A partir de aquí vendrá la inspiración. Otra cosa es que yo quiera crear siempre arte. Es algo impalpable, muy difícil de explicar. Te sientes ajeno a
todo, instrumentas los pases con musicalidad y poesía, pones el alma por encima de la inteligencia».«En realidad es que yo coloco el arte por encima de la técnica, en efecto, lo cual no quiere decir que me olvide de ésta. Le pondré un ejemplo: el pintor tiene una técnica, que plasma mediante la utilización de pinceles. Pero, de repente, le viene un soplo de inspiración, rechaza los pinceles, moja el dedo pulgar en el color, garabatea en el lienzo; el que lo está mirando dirá que se ha vuelto loco, pero cuando acabe le habrá resultado una creación artística. Lo mismo sucede en el toreo, que sobre técnica debe tener embrujo y poesía, pues sin ellas sería una cosa más».
Hay una acotación marginal del propio artista, que es la siguiente: «Lo cual no quiere decir que carezcan de mérito los gladiadores del toreo; pero me entiende, ¿verdad?». ¿Qué es el miedo, Paula? «Es una preocupación grande que te embarga. Tengo miedo antes del paseíllo y creo que a todos los toreros nos pasa lo mismo. Es miedo físico, pero es sobre todo miedo a lo desconocido, donde se mezclan todas las imprevisiones que van aparejadas al toro, al público y al propio estado de ánimo, porque no siempre sale uno igual al ruedo. En las v ísperas de corrida frecuentemente lo paso mal, me encuentro desasosegado y apenas puedo dormir. Pero tengo comprobado que cuando duermo bien y las horas antes del festejo me noto relajado, me suelen salir las cosas bien delante del toro».
¿Es usted supersticioso? «No diría yo que no; lo normal. Por ejemplo, cuando veo a un jorobado, es una cosa que me satisface. Digo: " ¡Hombre, un jorobado, qué alegría!". Y si veo a uno con mal de ojo, me pongo malo. Un sombrero encima de la cama, tampoco lo soporto». ¿Y eso por qué, hombre? «Es una cosa fea, ¡puaf!, un sombrero encima de la cama. Los sombreros deben estar en la cabeza o en la percha».El caso es que a Rafael de Paula, tan arrellanado en el sofá, como si nada ocurriera, la procesión le va por dentro. Apenas quiere hablar de ello, pero la realidad es que tiene una rodilla seriamente lesionada y posiblemente se tendrá que operar. Uno de sus íntimos amigos nos decía que es auténticamente un inválido; de ahí que parezca que no puede con los toros: «Su temporada», añadía, «ha sido un auténtico martirio. El día que toreó mano a mano con Antoñete en Madrid salió medio drogado, a fuerza de calmantes. Su inferioridad física, que no ha trascendido al público, es muy preocupante, y la operación será inevitable ».
«Algo de eso hay», nos dice el torero cuando le preguntamos, pero no quiere seguir por ahí. Prefiere hablar de toros y de toreo. De cómo ha evolucionado desde que tomó la alternativa en 1968, por ejemplo. Sí, es consciente de que la lánguida carrera profesional que seguía dio un giro radical únicamente por un quite: el que hizo en Las Ventas la tarde de su confirmación de alternativa. «Y lo curioso es», explica, «que entonces yo no toreaba bien con el capote, tenía muchos defectos; debió de ser por esa carga de embrujo que surgió de repente, lo que hablábamos antes de que el arte está por encima de la técnica. Y además ocurrió en Madrid, la plaza que da y quita, lo cual fue mi suerte». 'La buena tarde está por venir'
¿Su peor tarde? Y contesta: «Demasiadas». ¿La mejor? «Quizá en Vista Alegre, pero la buena está por venir ». ¿Las broncas? «Una cosa amarga». Pero ya estará acostumbrado -y confesamos que nuestro comentario no deja de ser mordaz- «Pues no estoy acostumbrado», responde con gesto muy severo. «Yo salgo todas las tardes a hacer el toreo, y cuando no lo consigo, sufro una enorme decepción y un gran disgusto, que en algunos casos me han durado muchos días. Además, cuando eres veterano se te acrecienta el sentido de la responsabilidad, siempre intentas perfeccionarte, quisieras estar bien cada tarde.
Esto no es un juego y no puede tomarse a la ligera». Broncas, «demasiadas». Pero las redime el arte. Rafael de Paula es ese torero geómetra y creador, que con sólo dos lances hechos de embrujo y poes ía puede llevar toda una plaza hasta la locura. Y hay pocos así, naturalmente.
Joaquín Vidal - El Pais - 28-11-1981
La verdad es que los toros no me gustan nada, mejor dicho lo que no me gustan son los toreros.Lástima de bueyes que decía Castelao...pero la liturgia y protocolo de los matadores es atrayente.Desde el "Tiene que haber gente para todo" de Gallo o Guerrita al "Qué disgusto más grande le voy a dar a mi madre" de Manolete"
Publicar un comentario