
... y ojalá pueda estar
de tu sueño
en la red
esperando tus ojos
y mirandoté"
Montevideo 18 de mayo de 2009: Uruguay despide a Mario Benedetti
El escritor, fallecido ayer en Montevideo.....
El escritor, fallecido ayer en Montevideo.....
Tenía 88 años
Prolífica obra con más de 80 títulos entre poesía, cuentos, novelas, ensayos y piezas teatrales,
Prolífica obra con más de 80 títulos entre poesía, cuentos, novelas, ensayos y piezas teatrales,
Hoy es un día muy triste para los uruguayos, y para el resto del mundo
¡Adiós poeta!
20 comentarios:
Esta sí que es una primavera con una esquina rota...
Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada.
"Preciso tiempo
necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta
tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo
tiempo para esconderme
en el canto de un gallo
y para reaparecer
en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj
vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo".
Gracias por el fuego Mario; hasta siempre.
"...Usted de todos modos, no sabe ni imagina, que sola va a quedar mi muerte sin...su...vi...da."
CERRAR LOS OJOS
Cerremos estos ojos para entrar al misterio
el que acude con gozos y desdichas
así / en esta noche provocada
crearemos por fin nuestras propias estrellas
y nuestra hermosa colección de sueños
el pobre mundo seguirá rodando
lejos de nuestros párpados caídos
habrá hurtos abusos fechorías
o sea el espantoso ritmo de las cosas
allá en la calle seguirán los mismos
escaparates de las tentaciones
ah pero nuestros ojos tapados piensan sienten
lo que no pensaron ni sintieron antes
si pasado mañana los abrimos
el corazón acaso de encabrite
así hasta que los párpados
se nos caigan de nuevo
y volvamos al pacto de lo oscuro.
"Su muerte me ha entristecido. Era un hombre necesario que destacó por su honradez intelectual y capacidad de crítica. Lo que intentó hacer lo hizo bien. Cumplió su propósito ampliamente. Respeto su manera de entender la poesía pero no la comparto. Para mí, la palabra meramente informativa y la crítica moral tiene su lugar en los periódicos, en la televisión, en los púlpitos si se quiere, pero la modalidad esencial del pensamiento poético no es ni reflexiva ni crítica sino un tipo de otra naturaleza, y determina un lenguaje que también es de otra naturaleza".
Era un hombre cordial, enteramente, pero era un tímido absoluto. Los que le conocieron en España le recuerda, por ejemplo, en la Feria del Libro de Madrid, puntilloso, anotando con palotes los libros que firmaba; y le recuerdan rechazando el pescado con espinas y en general las tonterías; era un conversador tranquilo; llegaba a los sitios con su maletita marrón gastada, y dentro llevaba siempre poemas o cartas, en esos momentos en que cumplía compromisos parecía a la vez el escolar que fue y también el oficinista.
Su apariencia era la de un juez de paz, pero nunca hubo paz dentro de su alma, ni siquiera cuando se le vio feliz, con sus manos a la espalda, con su mirada desvaída por las lentillas, con su bigote largo e invariable a lo largo de una vida en la tantos se enamoraron al tiempo que recitaban sus poemas o escuchaban las canciones que hicieron con sus versos su paisano Daniel Viglietti y el catalán Joan Manuel Serrat. Con Viglietti tiene una anécdota que se parece a algunas de las que le convertían también en un escolar huidizo al que le asustaba la fama, al tiempo que le agradaba que algunos, ante sus recitales multitudinarios, le dijeran que parecía una estrella de rock.
Hubiera sido incapaz de cantar, pero un día se encontró con Viglietti en París, en un aeropuerto, y Daniel le dijo a Mario: "Estoy haciendo música para sus poemas". "Y yo estoy haciendo poemas". Entonces el poeta se quedó pensando, y añadió, riendo como reía, como para no molestar: "Tenemos que hacer algo con esta casualidad". De esa casualidad nacieron conciertos, libros; eran como dos en la carretera; cuando vimos a Viglietti en Montevideo, en el entierro de Idea Vilariño, a mediados de abril, la gran amiga generacional de Mario, el cantante nos dijo: "Y lo de Mario. Estamos tan mal, y vamos aún a lo peor".
"Le conocí primero como poeta, luego como hombre", señala Joan Manuel Serrat, gran conocedor de la obra del poeta, y al que ya hace unos veinticinco años le llamó para comunicarle que quería poner música a los poemas de El sur también existe.
"Me fue muy fácil conectar y trabajar con él y lo que me gustó mucho fue que entendió la diferencia que hay entre un poeta y un escribidor de canciones, técnicamente hablando, y rehizo aquellos versos, para hacer letras de canciones, de una forma muy natural, porque comprendió bien los problemas que puede tener el músico a la hora de crear una canción".
El cantante calificó anoche a su amigo de "hombre muy experimentado". "Me gustaba mucho su curiosidad, su forma de incorporar, mezclar y bajar la poesía a la calle, subirla a un escenario, acercarla a la gente, por eso es un poeta muy transversal".
Serrat dijo al conocer la noticia de la muerte de Benedetti: "Vivo con la pena de perder un amigo que no voy a poder volver a ver, cuando regrese a Montevideo no lo voy a encontrar y estos vacíos que me va creando la vida cada vez son más complicados de sobrellevar, a pesar de que uno entienda muy bien qué camino es éste y que no hay otro".
El compositor y cantante mantuvo una larga y estrecha amistad con Benedetti, al que definió ayer como un hombre "bueno, trabajador, prolífico y un poquito cascarrabias, además de ser probablemente el poeta latinoamericano, no sólo que más se ha vendido, sobre todo que más se ha leído".
A la hora de hablar de qué ha sido Benedetti para la poesía latinoamericana y para la cultura mundial, Serrat guarda silencio: "Aunque esté claro que ha sido fundamental no sé medir algo así, lo que sí sé es lo que ha sido para mí y por encima de cualquier otra cosa ha sido mi amigo, siempre me ha regalado su cariño, su comprensión y su generosidad y ha sido un referente como hombre coherente, solidario y comprometido. Mientras él con sus pies empujaba la vida, también la poesía le empujaba a él, su poesía ha sido un acto de reflexión en voz alta con el que nos ha hecho reflexionar a todos; una poesía que giraba en torno a un mundo cercano plural y compartido". Para el cantante la poesía de Benedetti era sumamente "contagiosa": "Por lo cercana que le resultaba siempre al lector, mejor dicho, que le resulta, porque de ella no hay que hablar en pasado"
La obra de Mario Benedetti, amigo, hermano, es sorprendente en todos los aspectos, ya sea por la extensión en la variedad de géneros que toca, ya sea por la densidad de su expresión poética como por la extrema libertad conceptual que usa. El léxico de Benedetti ha ignorado deliberadamente la supuesta existencia de palabras "poéticas" y de otras que no lo son. Para Benedetti, la lengua, toda ella, es poética. Leída desde esta perspectiva, la obra del gran poeta uruguayo se nos presenta, no sólo como suma de una experiencia vital, sino, sobre todo, como la búsqueda persistente y lograda de un sentido, el del ser humano en el planeta, en el país, en la ciudad o en la aldea, en su casa simplemente o en la acción colectiva. Son muchas las razones que nos llevan a la lectura de Benedetti. Tal vez la principal sea ésa, precisamente: que el poeta se ha convertido en voz de su propio pueblo. O sea, en poeta universal.
"La vida es una máquina / para la que no hay respuestas / ni repuestos". Eso dicen unos versos de Máquina, un poema incluido en Testigo de uno mismo, el último libro de Mario Benedetti, publicado pocos días antes de su muerte y lleno, no ya de versos finales sino, como decía él mismo, gran futbolero, de "versos semifinales".
"Si Mario no dejó instrucciones en contrario, sus restos serán depositados en el Panteón Nacional"
Puede que Benedetti supiera más de repuestos que de respuestas. De hecho, uno de sus muchos primeros trabajos lo consiguió en una empresa de recambios del automóvil. Recaló en ella después de dejar colgado el bachillerato y de pasar por el Liceo Alemán de Montevideo. También después de pasar penurias porque un falso amigo estafó a su padre, químico, vendiéndole una farmacia vacía. Fue en Tacuarembó, la capital del estado al que pertenece Paso de los Toros, el pueblo en el que nació Mario Benedetti en 1920.
En 1945 publicó su primer libro, La víspera indeleble, un poemario que nunca quisó reeditar. Contaba Benedetti que su visión de la lírica cambió al descubrír en Buenos Aires la poesía "sencilla y clara" de Baldomero Fernández Moreno. Hasta entonces, la poesía que se escribía en el Río de la Plata estaba tejida con un léxico de importación: "Los poemas estaban llenos de corzos y gacelas. Animales que aquí no hay", recordaba el autor de Poemas de la oficina (1956).
Puede que éste sea el libro en el que aparece ya madura la voz del Benedetti más conocido: sencilla, irónica, sentimental, como dicha en medio de una conversación. En un tiempo en el que la poesía parecía hecha para ser declamada engolando las esdrújulas en un campo de fútbol, el escritor uruguayo se unía al tono cercano de Nicanor Parra y Ernesto Cardenal. De esa pasta están hechos títulos como Noción de patria (1963), Poemas de otros (1974), Cotidianas (1979) y El olvido está lleno de memoria (1995). Esos libros le valieron en 1999 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante del género, pero, sobre todo, le valieron el fervor de un público que se identificaba con poemas amorosos como Corazón coraza, Hagamos un trato o Táctica y estrategia. Las canciones de Daniel Viglietti o Joan Manuel Serrat y un filme como El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, no hicieron más que multiplicar la fama del poeta más popular de América Latina después de Neruda.
Además de poesía, Mario Benedetti escribió de todo: artículos de periódico, ensayos, teatro y narrativa. En 1960 publicó La tregua, una novela adaptada para el cine por Sergio Renán que en 1977 optó al Oscar que terminaría llevándose Amarcord.
Su compromiso con la izquierda uruguaya le costó, tras el golpe de Estado de 1973, un exilio que le llevó a Cuba y de allí a España, después de ser expulsado de Perú por un policía que se quedó dormido mientras él hacía las maletas y, de paso, se deshacía de documentos comprometedores. Al despertar sólo acertó a decir: "Por favor, no se lo diga a mis jefes". Mario Benedetti tardó 10 años en volver a Uruguay. Hacía ya tiempo que había escrito que su noción de patria era "la urgencia de decir nosotros".
Dale vida a los sueños que alimentan el alma,
no los confundas nunca con realidades vanas.
Y aunque tu mente sienta necesidad, humana,
de conseguir las metas y de escalar montañas,
nunca rompas tus sueños, porque matas el alma.
Dale vida a tus sueños aunque te llamen loco,
no los dejes que mueran de hastío, poco a poco,
no les rompas las alas, que son de fantasía,
y déjalos que vuelen contigo en compañía.
Dale vida a tus sueños y, con ellos volando,
tocarás las estrellas y el viento, susurrando,
te contará secretos que para ti ha guardado
y sentirás el cuerpo con caricias, bañado,
del alma que despierta para estar a tu lado.
Dale vida a los sueños que tienes escondidos,
descubrirás que puedes vivir estos momentos
con los ojos abiertos y los miedos dormidos,
con los ojos cerrados y los sueños despierto.
Mario Benedetti
A Mario Benedetti no se le notaba que era poeta. Era un hombre de mediana estatura, la espalda un poco encorvada, el rostro quieto y observador, el bigote quizás era lo único que lo delataba como alguien con un sentido especial de sí mismo. En las reuniones, no era el más chispa, ni el más sonoro. Lo miraba todo con ojos de conocedor, pero sin hacer alarde de su hondura o su sabiduría.
Sonreía con esa melancolía propia de la gente del Sur, gente que ha sufrido y que se toma la alegría y la risa con su gramo de sal, pero sin escatimar la plena importancia de la gracia de quienes saben hacer reír. Era un partícipe amable de las reuniones, sin un ápice de arrogancia, sin compulsión alguna por llamar la atención. Iba y venía con el ánimo del grupo sin perder su centro, sus ojillos de liebre atentos al movimiento: un hombre interior que se bebía el mundo callado y sin estridencias.
Cuando lo conocí en La Habana, en 1981, en la Casa de las Américas, en su oficina, quise decirle y creo que le dije, lo mucho que me había acompañado.
Recordaba noches enteras de mi exilio en México y en Costa Rica, leyéndolo ávidamente. Su poesía era de esas que me ponían la piel tierna. Le dije que sus poemas eran como el gatillo de una pistola que se disparaba dentro de mí y me llenaba de palabras, de ecos. No había vez que no lo leyera sin que me poseyera el deseo de escribir poemas también. Y era porque me ponía la piel suave, me abría el camino hacia una intimidad que me revelaba cosas de mí misma que yo ignoraba antes de leerlo. El sonrió escuchándome, me agradeció el homenaje con un movimiento breve de su cabeza y siguió conversando sobre su trabajo en la Casa de las Américas donde coordinaba el premio cubano de cuyo jurado formé parte aquel año.
Vi a Mario muchas veces más. Se convirtió en amigo, en ser cercano, en uno de esos privilegios que la vida nos depara con su misteriosa generosidad. Y estuvo en Nicaragua durante la revolución, departiendo como solía hacerlo, con una humildad dulce y verdadera que lo hacía ser aún más adorable, porque uno sabía de quién se trataba y se maravillaba de ver aquel ser cuyo nombre andaba de boca en boca en toda América Latina, comportándose con esa sencillez; la sencillez que lo hacía ser precisamente el poeta que era, un poeta transparente, sin ningún artificio, un ciudadano de la vida sin más gloria que la de saber que su oficio era vivir y contarlo.
Fui a visitarlo en Montevideo en 2008. Lo vi como una cascarita de nuez, agrietado y frágil en el sillón donde me recibió en su casa. Ya estaba muy enfermo. Ya había muerto Luz, su esposa, y la soledad y la tristeza rodeaban su intimidad de pasajero que no terminaba de acomodarse ni en la vejez, ni en la proximidad de la muerte. Sus ojos vivaces seguían brillando. Brillaban más, si es posible que años atrás cuando andaba más vivo por la vida. Hablamos de poesía, de Nicaragua. Me contó de su cansancio ingrato, pero también de sus proyectos, de los libros que seguía escribiendo. Y lloré cuando partí, cuando la puerta de su apartamento se cerró tras de mí y de Hortensia Campanella con quien fui a visitarlo. Sabía que no lo vería ya más. Era evidente que se apagaba como un cirio que llegaba al cabo a su último resplandor. Y que se apagara, la certeza de que aquella palabra se diluiría en el tiempo y la lluvia, me llenó de tristeza y de inconformidad.
Ahora Mario ha dejado ya su apartamento. No volverá a sus libros, a su sillón cerca de la ventana. No escribirá más sus versos con mano temblorosa. El hueco del espacio que ocupaba es una muesca doliente en el árbol de la poesía viva de América Latina. Se ha marchado al cielo de los poetas y creo que será uno de los que más se asomarán a las ventanas de la noche estrellada. Tan quieto y dulce como era, tengo la seguridad que será de los que más extrañen estar aquí, oír el sonido de los demás, captar el movimiento del sol sobre la acera, el paso de las tardes, el rumor de las parejas en los parques, porque nadie como él sabía hacer el silencio interior que se requiere para escuchar, para estar atento, para captar el pálpito ajeno, ése que hacía que su poesía fuera tan nuestra, como si la escribiera desde un corazón que prestaba a cada quién y devolvía con creces.
Hablando de lo oscuro y lúgubre de su escritura (de Onetti), dijo: no el peor, el peor es Benedetti, pero sí el más lúgubre...
ayer Federico Jiménez los Santos.
(...)hay diez centímetros de silencio entre manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios(...)/Soledades.
Un día triste y un consuelo:nos deja un bagaje inmortal.
Me sumo. Me sumo al homenaje y me sumo en la tristeza:
tropecé con vos
boluda como era
y me puse a escribir
hoy estoy abatatada
ando en chiva
de boliche en boliche
con el mandado
de su muerte
cismando
medio pendeja
y medio triste
contando hasta el infinito
compadre
comprando simulacros
borrando tácticas y estrategias
haciendome la sota
dando la murga
y le lloro en uruguayo
maestro
porque en español
no puedo
de reflexioneinspiracion.blogspot.com
Juan Urbano se despertó con una gran sonrisa, porque había soñado que moría y a la mañana siguiente el poeta Antonio Gamoneda hablaba mal de él en los periódicos. Imagínense, tener el mismo enterrador que Jaime Gil de Biedma, Ángel González y Mario Benedetti: como para no estar contento. Peor estarán otros, si tienen que subirse a las tumbas para parecer más altos.
A Juan le había dejado un puñal en la espalda la muerte de Benedetti y, por eso, al salir de la oficina se fue al barrio de Prosperidad y se fumó un cigarrillo enfrente del número siete de la calle de Ramos Carrión, que era donde vivía el poeta uruguayo cuando estaba en Madrid. Una casa a la que todas las semanas iba de visita el editor Chus Visor, alias Jesús García Sánchez, para mantener una amistad a domicilio con Mario, que era alérgico a la vida social. De hecho, en los restaurantes siempre parecía incómodo, no se ajustaba a la silla, que daba la impresión de ser demasiado grande, dura o alta para él, y miraba con inquietud a todas partes como si sospechara que le iba saltar encima un tigre salido de la ensalada del vecino. Pero en su casa no, allí estaba cómodo y cuando Chus me llevaba pasábamos una buena tarde, Mario nos llevaba unas cervezas, nos regalaba algún libro y charlaba con nosotros de literatura y fútbol. El resto del tiempo hablábamos de cualquier tontería.
Eso sí, con Mario había que ser de una puntualidad maniática, tanto que cuando Chus hacía su visita semanal, todos los viernes de ocho a nueve y media, si llegaba a las ocho menos cinco prefería quedarse a fumar en el portal, para subir a la hora justa, pero si el tráfico estaba mal y el taxi se retrasaba, a las ocho y cinco ya lo estaba llamando Mario: "¿Qué pasó? ¿Es que no vienes?". Una mañana en que lo fui a visitar a su casa de Montevideo, en la calle de Zelmar Michelini, me demoré unos seis o siete minutos, y me extrañó que no me dijese nada. Al contrario, estuvo cariñoso, como siempre, me sirvió un desayuno preparado por él mismo y estuvimos hablando un rato, hasta que, como quien no quiere la cosa, me lanzó: "¿Estaba bueno el café? Porque a lo mejor ya se había quedado frío...".
Cuando se fue definitivamente a Uruguay para ver morir a Luz, su mujer, lo cual para él era una manera de estar muerto por extensión, tuvo un acto de generosidad muy suyo,diciéndome que no iba a regresar jamás a Madrid, donde habían sido felices, y que como yo estaba cambiándome de casa, fuera a la suya y me llevara todo lo que quisiese, sin límites. Es raro, pero yo ahora me levanto por las mañanas y me afeito con una máquina eléctrica de Benedetti, me hago el desayuno en su cafetera y me siento a ponerme los zapatos en un taburete suyo, entre otras cosas.
Repaso algunas ocasiones en que estuve con Mario en Madrid y no fue en su casa; hubo bastantes con Rafael Alberti, casi siempre en los Vips de la plaza de España; otra en el Círculo de Bellas Artes, donde le organicé una lectura de poemas que tuve que cambiar de sala, porque la multitud no cabía en la que estaba prevista; cuatro o cinco en el Retiro, en la Feria del Libro, viéndole firmar cientos de ejemplares de sus obras y hacer palotes en un papel, ponía uno, dos, tres... y al llegar a 10 los tachaba... Lo recuerdo en El Escorial, en los Cursos de Verano, y una vez que tuvo el detalle amable de ir a la presentación de una novela mía, que hacía Francisco Ayala en una galería de arte de la calle del Almirante... Mañana, cuando me levante, me afeitaré con la Braun de Mario, me prepararé un café en su cafetera y veré su ciudad por la ventana, porque Madrid fue tan suya que pasó aquí la mitad de su vida, igual que el otro uruguayo enorme, Juan Carlos Onetti. Se me ocurre que la calle de Ramos Carrión tendría que dejar de serlo inmediatamente para llamarse calle de Mario Benedetti. ¿Qué me dices, Alberto?
"La obra de Mario Benedetti, amigo, hermano, es sorprendente en todos los aspectos, ya sea por la extensión en la variedad de géneros que toca, ya sea por la densidad de su expresión poética como por la extrema libertad conceptual que usa".
Según Saramago, "el léxico de Benedetti ha ignorado deliberadamente la supuesta existencia de palabras ´poéticas´ y de otras que no lo son. Para Benedetti, la lengua, toda ella, es poética".
"Leída desde esta perspectiva, la obra del gran poeta uruguayo se nos presenta, no sólo como suma de una experiencia vital, sino, sobre todo, como la búsqueda persistente y lograda de un sentido, el del ser humano en el planeta, en el país, en la ciudad o en la aldea, en su casa simplemente o en la acción colectiva", indicó el Premio Nobel portugués.
"Son muchas las razones que nos llevan a la lectura de Benedetti. Tal vez la principal sea ésa, precisamente: que el poeta se ha convertido en voz de su propio pueblo. O sea, en poeta universal", concluye el artículo.
Se murió. Uno a veces siente tan cercanas a ciertas personas, gente que ni conoce, personas con quienes nunca se ha topado.
Él era eso para mí. Leía su poesía y me acercaba a mis sentimientos hablando de historias que parecían mías aunque nunca supe explicar... no podía evitarlo. Sin saberlo,con un "cordialmente" nos dedicó "La culpa es de uno"
Hasta aquí había hecho y rehecho
mis trayectos contigo
hasta aquí había apostado
a inventar la verdad
pero vos encontraste la manera
una manera tierna
y a la vez implacable
de desahuciar mi amor
con un solo pronóstico lo quitaste
de los suburbios de tu vida posible
lo envolviste en nostalgias
lo cargaste por cuadras y cuadras
y despacito
sin que el aire nocturno lo advirtiera
ahí nomás lo dejaste
a solas con su suerte
que no es mucha
creo que tenés razón
la culpa es de uno cuando no enamora
y no de los pretextos
ni del tiempo
La tertulia se llamó El EnTrEvErO por él, por una entrevista que le hicieron en la radio donde hablaba de la famosa plaza de Montevideo, sus poemas y sus cuentos siempre nos acercaban, nos convertían en aliados de otra forma de entender la vida poética, que era la vida, después de todo...
También emocionante cuando cantaba a Milanés, basado en este doloroso poema de Benedetti, "Hombre preso que mira a su hijo":
uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede
por eso estoy aquí
mirándote y echándote
de menos
Con él volvíamos a los momentos compartidos en Vigo, con el inventario al fondo de la mochila, me acordaba de mi amigo Amado, porque siempre le ha gustado "Táctica y Estrategia"
Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
Con él recordaba otros momentos cuando Luis nos contó cómo regalaba sus poemas y, pese a "ese qué gesto", no fueron por aquellas mujeres desagradecidas, adecuadamente recibidos a pesar del generoso acto poético:
Vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto....
Los recitales en el colegio mayor Nuestra Señora de África, en el Círculo, las firmas en la feria del libro, los recitales con Viglietti subido en su mecedora de nea...
Joder Mario... ¿por qué te tenías que morir?
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