domingo, 4 de octubre de 2009

LA CARRETERA para El EnTrEvErO



La carretera
Autor: Cormac McCarthy
Editorial Mondadori (2007)




5 comentarios:

Luis dijo...

Ánimo a todos! Espero que con McCarthy subamos el nivel de la tertulia y haga buenas estas palabras de Wilde "(...)por mucho que nos entretenga leer una novela puramente moderna, rara vez nos produce placer artístico releerla. Y quizá sea ésa la mejor prueba en bruto de qué es literatura y qué no. Si no se disfruta con leer un libro una y otra vez, tanto daría no leerlo ninguna.

Ya decía Borges que Oscar Wilde casi siempre tenía razón.

Andrés dijo...

Sobria, enjuta y dura. Muy dura, sin adornos, diálogos cortos y mensajes parcos. Un whisky seco sin hielo, con la garganta aún escocida escupiendo sangre. Una historia de cruda supervivencia en un mundo terminado, enterrado en un paisaje de ceniza atravesado por una carretera como única referencia, el destino hacia el sur. Las noches largas con frío, de un gris apocalíptico; con dos protagonistas, padre e hijo, sin nombres ni futuro.

¿Qué es lo que lleva al género humano a deshumanizarse? ¿hasta dónde llegan los límites de la resistencia?

Y el final perdiendo fuelle, pero sin concesiones, desencantado por la falta de esperanza, la extinción de cualquier estímulo, ningún atisbo de luz...

Vamos, parece difícil definirla como una lectura para el disfrute... vaya trago.

Pepe Cervera dijo...

A lo largo de toda la lectura subyace una vibración hipnótica que atrapa al lector desde la primera página, consigue dominarlo, suspender sus funciones anímicas; y cuando ya lo tiene atrapado, sin capacidad de decisión, lo sacude con una descarga de violencia o de ternura que lo sobrecoge. El libro se lee de un tirón pero de tanto en tanto el lector se ve obligado a parar. Es necesario detenerse, paladear, ralentizar la lectura, respirar hondo porque la historia nos está dejando sin respiración.

Hacía mucho tiempo que no ya un libro, sino algo, cualquier cosa, me emocionaba de una manera tan intensa como lo ha hecho “La carretera”. No he dejado de temblar mientras lo leía. Reconozco que he llorado cada vez que el hombre observa a su hijo dormido y se pregunta si llegado el momento tendrá fuerzas para matarlo, si podrá escoger entre dispararle o aplastar su cabeza con una piedra. He llorado cada vez que el hombre implora a Dios sin obtener respuesta, cada vez que se confiesa incapaz de imaginar pensamientos sobre la belleza o la bondad. He llorado cuando el hombre entrega el revolver a su hijo y le explica cómo saltarse la tapa de los sesos… Si te encuentran vas a tener que hacerlo. ¿Entiendes? Chsss… Nada de llorar. ¿Me oyes? Ya sabes cómo hacerlo. Te la metes en la boca y apuntas hacia arriba.

En todas las edades de la humanidad quien posee el fuego posee la verdad y posee el futuro.

Y no nos va a pasar nada malo.
Desde luego que no.
Porque nosotros llevamos el fuego.
Así es. Porque llevamos el fuego.

En distintos momentos de la novela sus dos protagonistas dialogan sobre el fuego. El fuego lo es todo: la sabiduría, la entereza, la honestidad, la rectitud, la justicia... El fuego los resguarda y los conduce, es una pertenencia que los define, que los hace ser como son y les ayuda a no perder la esperanza. Porque en definitiva no se trata de llegar a un mundo mejor, sino de ser mejores en cualquiera de los mundos, incluso en el infierno que les ha tocado habitar.

¿Dónde está? Yo no sé dónde está el fuego.
Sí que lo sabes. Está en tu interior. Siempre ha estado ahí. Yo lo veo.

Lo dos protagonistas de “La Carretera” poseen el fuego.
Cormac McCarthy también. Está en su interior. Yo lo veo.

Anónimo dijo...

Un canto al amor paterno-filial, a la ética y la dignidad en un mundo sin esperanza, cercano a la Nada. Ni una sola palabra de más para acercarnos al puro abismo de un mundo acabado.
(Ciertamente la historia te deja en un profundo desasosiego)

Anónimo dijo...

He de decir que me ha entusiasmado. Comencé a leerlo con suma desgana, harto del realismo sucio americano que, por razones ignotas para mí, tanto ha progresado. Al principio detestaba el recurso un poco pueril de emplear la palabra gris cada cinco líneas (la fui subrayando todas las veces que aparecía -más de 200!!-). Pero me pudo. Me pudo la excepcional descripción de la relación padre-hijo en un mundo sumido en el desamparo (ojalá nunca lleguemos a él). Me pudo el rayo de luz y esperanza que, en medio de una desolación devastadora, supone esa relación. Y me pudo, finalmente, que en el momento más triste, cuando fallece el padre, un halo de esperanza aparece. En fin, creo que es gran literatura, de la que ya no se ve, y que pese a la devastación, muestra al final un rayo de esperanza. Gran libro. Álvaro