"Me ha sorprendido este nuevo premio. La verdad es que me dan demasiados", entre sincero y divertido, Sánchez Ferlosio, a punto de cumplir 82 años, no comprendía muy bien qué hacían los periodistas intentando que hablara sobre su obra literaria, cuando a él no se le dan bien las entrevistas telefónicas.
"No sé contestar por teléfono. Estoy muy viejo y me apaño muy mal".
El escritor Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) ha logrado el Premio Nacional de las Letras Españolas que concede el Ministerio de Cultura a toda una trayectoria. Ensayista, novelista y ácido polemista, ya obtuvo el Cervantes, máximo galardón de la literatura en español, en 2004. Su obra se caracteriza por el compromiso con el lenguaje preciso y la guerra contra el cliché.
4 comentarios:
A propósito de Rafael Sánchez Ferlosio se ha hablado a menudo de heterodoxia, de singularidad o de rareza. Raro es, en efecto, que un narrador en la veintena, laureado y coronado tras dos novelas excepcionales, se levante del convite -así es como él mismo lo cuenta- y se jubile anticipadamente de "la literatura" sin despedirse siquiera.
Ferlosio se retiró a estudiar y a escribir incansablemente, pero una clase de escritura que, por no querer ya ser llamada "literatura", tuvo que inventarse a sí misma y, bebiendo de las fuentes más sabias de la lengua, crear, en donde ésta no existía, la dignidad de un género -el ensayo de alto contenido intelectual- que en España había quedado anclado en formas dieciochescas y encorsetado en ampulosos moldes de cursilería retórica y vulgaridad estilística que aún hoy hacen estragos. La no-ficción escrita por Sánchez Ferlosio, con su fama de cascarrabias encerrado en la España del XVII, es lo más moderno, aventurado y experimental que en nuestro país se ha hecho en este terreno. Cuando alguien quiera saber quién ha construido en nuestro tiempo una forma nueva de pensar escribiendo, háblenle del joven Ferlosio, no de los viejos prematuros que siguen explotando hasta la saciedad fórmulas de almidón. Es la escasez de ejemplos cualitativamente comparables (y no la supuesta excentricidad del autor) es lo que constituye la singularidad de los ensayos de Ferlosio a partir de Personas y animales en una fiesta de bautizo (1966). Los dos volúmenes de Las semanas del jardín (1974), la colección de Ensayos y artículos y los aparecidos después, hasta "Guapo" y sus isótopos (2009), permiten afirmar que ésta es la parte de la obra en la que está depositado el principal acento de su autor, y que entre esas páginas están las mejores que, en el campo del pensamiento, se han escrito en castellano desde que comenzó el siglo XX. O sea, no sólo es nuestro ensayista más moderno, también es el mejor.
No es cierto, pues, que Ferlosio sea raro. Todo esto que hoy parecen extravagancias (la supuesta desafección hacia la literatura, hacia la cultura, hacia el arte, etc.) no son más que los gestos auténticamente normativos y fundadores de la figura del escritor moderno, que cifra en su autonomía con respecto a los diversos poderes en liza la autonomía de su propia obra, su independencia y, por tanto, su capacidad crítica. Es más bien lo que se ha hecho de la literatura, de la cultura y del arte (los mundillos y submundos en los que continúa el convite) lo que resulta bastante raro, bastante singular. ¿Significa esto que Ferlosio nada a contracorriente? Él ha relatado cómo sacó adelante cierta fatídica traducción: en un cuaderno iba escribiendo, de principio a fin, la versión, y en el mismo cuaderno, pero empezando por el final, unos comentarios a la misma que acabaron creciendo de tal modo que invadieron e interrumpieron el texto principal, convirtiendo el libro resultante en un verdadero experimento intelectual en el sentido recién comentado. Esto podría ilustrar el modo como, en los ensayos de Ferlosio, se desencadena un "antagonismo irresoluble" entre dos órdenes, el del destino (a cuyo servicio sacrifican los hombres su virtud y su felicidad), y el del carácter (que interrumpe el destino y detiene la historia de modo completamente "inaceptable" para el espíritu burocrático); el de los bienes (los únicos que pueden enjugar las carencias humanas) y los valores (en cuyo nombre los mismos hombres destruyen los bienes y lo que en ellos mismos hay de bueno). La escritura ensayística de Ferlosio, de una claridad tan innegable como su dificultad, es también la intrahistoria de un género cuya propia resistencia tiene que ver con la resistencia del carácter contra el destino, de los bienes contra los valores y, para decirlo todo, de la verdad contra la mendacidad y la vileza.
Ha querido el azar que Guapo y sus isótopos, el fruto más acabado de los tiempos de furor gramatical, entre 1957 y 1972, de Rafael Sánchez Ferlosio -"Nunca me lo he pasado mejor que aquellos 15 años", dijo-, venga apenas a anticiparse, tras cuatro décadas de cautiverio, a la concesión del Premio Nacional de las Letras Españolas. Guapo y sus isótopos contiene en grado sumo los procedimientos habituales en el discurrir de Ferlosio, su afán por llegar al fondo del objeto, hasta donde la fuerza del pensamiento alcance, desde el punto de partida más radical, libre y minucioso. Ahora -o entonces- el objeto es la palabra "guapo", como en otros ensayos ha sido la polemología, la economía, la pedagogía o la literatura (pocos objetos escapan a su interés intelectual y a la codicia de su escritura), y en ningún caso cabe decir que se "haya puesto a escribir" o que haya tenido el menor asomo de "timidez ante la lengua": sostiene su pensamiento en prosa heroica. No debería, pues, extrañar que en consonancia como providencial con su abandono de la novela -renuncia que tanto, por otra parte, se deplora-, nunca haya obtenido reconocimiento institucional por los títulos que figuran (y seguirán figurando, no porque la inercia académica sea irreductible, sino por derecho literario) en los manuales de literatura, Alfanhuí, El Jarama y El testimonio de Yarfoz, y sí fuera galardonado, en cambio, con el Premio Nacional de Ensayo, por Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (donde figura, por cierto, El reincidente, uno de sus mejores textos narrativos), e, invirtiendo todos los cánones de la lógica narrativa tradicional, el Premio Cervantes. Es precisamente esta circunstancia la que subraya las venturosas paradojas de la isotopía. "Isótopos", escribe Ferlosio, "son implementos del mismo lugar semántico y son, por consiguiente, incompatibles en la misma predicación o atribución". Habría, pues, isotopía gramatical en la afirmación "el niño es guapo y bonito". Sin embargo, si cupiera emplear el término en la gramática narrativa, en la organización de la trama, no sería condición menor en la definición de la isotopía narrativa el orden de los elementos, el desafío del sol y el viento tratando de despojar de la capa al desventurado caminante. No toda regla lleva aparejada necesariamente su excepción y a menudo, como hoy, las excepciones son ejemplares. La literatura narrativa y ensayística de Ferlosio deshace, anula y neutraliza toda la isotopía narrativa que pudiera advertirse en la mera cronología que colocó a Cervantes antes que el de las Letras.
Me alegra esta distinción concedida a Sánchez Ferlosio. Es un escritor discreto que conoce el valor del silencio. Sólo habla o escribe cuando tiene algo que decir. Este hecho multiplica el valor de sus palabras. Una vez le escuche renegar de "El Jarama". Recomiendo la lectura de su libro de aforismos, silogismos y máximas "Vendrán más años malos y nos harán más ciegos". En definitiva, reflexiones contra la apacible tranquilidad de algunos de los lugares comunes en los que se instala el pensamiento.
El libro comienza así: "Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere".
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