El cantautor, político y escritor José Antonio Labordeta ha muerto este domingo en Zaragoza a la edad de 75 años tras una larga enfermedad.
"José Antonio Labordeta era político, cantautor, escritor, el hombre de la mochila, el hombre justo, el abuelo, el que mandó a la mierda a los señores diputados de la derecha que no le dejaban hablar. Labordeta era de ese clase de gente que creía que el futuro sería mejor que el presente. A las personas que creen eso se les llama utópicas, pero en realidad lo que hacen es atacar la hipocresía, la estupidez y expresar la insatisfacción frente al privilegio.
Labordeta usaba la vida cotidiana, los problemas de la gente que pasa por la calle, para iluminar el debate político. Frente a quienes creen que los hombres y mujeres estamos sujetos a poderes tan grandes que es mejor no tocarlos, José Antonio apelaba a la dignidad, la nuestra, la de los humanos, para saber dónde comienza lo intolerable.
Todos queríamos conservar a Labordeta. Los humanos se pasaron el siglo XX buscando en algo en que creer. Y algunos se lo tomaron tan en serio que mataron en nombre de cosas tan abstractas como la religión, la ideología, la patria o el rey. Si hablabas unos minutos con Labordeta, te dabas cuenta que tampoco era para tanto. Necesitamos gente que piense y sienta. Ojalá pudiera seguir hablando con él en la radio. Hasta siempre, José Antonio".
(Julián Casanova)
6 comentarios:
Hemos perdido a un gran español y gran patriota. Lo conocí mucho. Estoy con todos vosotros, los aragoneses.
José Antonio Labordeta dijo el sábado en Informe semanal que su epitafio podría ser algún día lo que dijo desde la tribuna de oradores del Parlamento: "¡A la mierda". Pusieron las imágenes al tiempo que el artista y parlamentario aragonés contaba aquel incidente, y ahí pudimos ver a los que se reían de él ("¡vete con la mochila!", "¡cantautor de mierda!"), y también al ministro de Fomento de entonces, Francisco Álvarez Cascos, a quien se estaba dirigiendo Labordeta cuando empezaron a burlarse de él.
-"¡Qué estoy hablándole al ministro!", avisó el diputado. Y como arreciaron las chanzas, y sobre todo algunas dedicadas a su oficio de cantante, Labordeta explotó: "¡A la mierda!". Fue un grito indignado y sencillo: que se vayan a la mierda. Siguieron burlándose, pero se oyó sólo su: "¡A la mierda!". Me siguen impresionando esas imágenes de la burla en el Parlamento, que se da mucho. Distinguí ahí, gritando, a un caballero al que conozco bien, Juan Manuel Albendea, hombre de fina pluma, taurófilo, que fue crítico de lo suyo en este periódico en los tiempos inolvidables de Joaquín Vidal.
Sorprende ver a caballeros así, gritando, pero no se les oye. Y sería instructivo. La gente, en lugar de decir, "a usted lo vi en la tele, sentado en su escaño", le diría a ciertos parlamentarios: "Le vi gritando. ¿No le da vergüenza hacer eso en el Parlamento?".
Desde hace mucho tiempo, el Parlamento tiene desactivados los micrófonos de ambiente, que podrían ser tan buenos para transmitir el tono vital de la ciudadanía (parlamentaria). Les debe dar vergüenza propia, que no ajena, admitir que lo de abajo es un guirigay, de modo que dejan que el tipo se desgañite en la tribuna mientras a los diputados sólo se les ve gesticular. Porque los micrófonos tienen vergüenza nos enteramos de lo que dijo aquel día Labordeta pero no de lo que le gritaron. Y lo estaban poniendo fino aquellos caballeros tan peripuestos. Pues él los puso en su sitio. ¡A la mierda! Le echamos mucho de menos, para gritar con él, o para cantar.
En medio de lo políticamente correcto (el silencio de los micrófonos), aquella jaculatoria vale por un curso de educación para la ciudadanía (parlamentaria).
José Antonio Labordeta dijo el sábado en Informe semanal que su epitafio podría ser algún día lo que dijo desde la tribuna de oradores del Parlamento: "¡A la mierda". Pusieron las imágenes al tiempo que el artista y parlamentario aragonés contaba aquel incidente, y ahí pudimos ver a los que se reían de él ("¡vete con la mochila!", "¡cantautor de mierda!"), y también al ministro de Fomento de entonces, Francisco Álvarez Cascos, a quien se estaba dirigiendo Labordeta cuando empezaron a burlarse de él.
-"¡Qué estoy hablándole al ministro!", avisó el diputado. Y como arreciaron las chanzas, y sobre todo algunas dedicadas a su oficio de cantante, Labordeta explotó: "¡A la mierda!". Fue un grito indignado y sencillo: que se vayan a la mierda. Siguieron burlándose, pero se oyó sólo su: "¡A la mierda!". Me siguen impresionando esas imágenes de la burla en el Parlamento, que se da mucho. Distinguí ahí, gritando, a un caballero al que conozco bien, Juan Manuel Albendea, hombre de fina pluma, taurófilo, que fue crítico de lo suyo en este periódico en los tiempos inolvidables de Joaquín Vidal.
Sorprende ver a caballeros así, gritando, pero no se les oye. Y sería instructivo. La gente, en lugar de decir, "a usted lo vi en la tele, sentado en su escaño", le diría a ciertos parlamentarios: "Le vi gritando. ¿No le da vergüenza hacer eso en el Parlamento?".
Desde hace mucho tiempo, el Parlamento tiene desactivados los micrófonos de ambiente, que podrían ser tan buenos para transmitir el tono vital de la ciudadanía (parlamentaria). Les debe dar vergüenza propia, que no ajena, admitir que lo de abajo es un guirigay, de modo que dejan que el tipo se desgañite en la tribuna mientras a los diputados sólo se les ve gesticular. Porque los micrófonos tienen vergüenza nos enteramos de lo que dijo aquel día Labordeta pero no de lo que le gritaron. Y lo estaban poniendo fino aquellos caballeros tan peripuestos. Pues él los puso en su sitio. ¡A la mierda! Le echamos mucho de menos, para gritar con él, o para cantar.
En medio de lo políticamente correcto (el silencio de los micrófonos), aquella jaculatoria vale por un curso de educación para la ciudadanía (parlamentaria).
Era, decía él, un cascarrabias irónico. No se conformó con el cuarto de las inspiraciones; recorrió España, la dibujó desde su mirada, contribuyó a mejorar el ánimo español; consiguió juntar canciones que dieron un retrato de su personalidad como activista y también como personaje que mezclaba la rabia con melancolía; dejó una legión de amigos de todas las clases y de todos los sitios, y asumió la enfermedad, y por tanto el dolor, con el ánimo de no dejarse contaminar por la dejadez que tantas veces ocasiona el sufrimiento. Regaló su tiempo y su voz, no sintió las tentaciones de la vanidad, así que siguió trabajando, escribiendo, hablando; en el parlamento fue una mosca cojonera que un día se hartó hasta gritar "váyanse a la mierda" a las señorías que lo incordiaban. Su música fue un lema y un eslogan y ahora su voz se canta como una mezcla ingrávida de inspiración telúrica y capacidad para tocar lo que de verdad es la tierra, sus caminos. Labordeta. Fue maestro. Y fue un maestro. El mejor amigo posible, dice ahora Luis Alegre en la radio. Emotivo adiós que se une al adiós multitudinario que se merece desde el alma.
Nos hemos quedado huérfanos. Aragón ha perdido a uno de sus mejores hijos; todos los aragoneses y aragonesas, sin excepción, a uno de las personas que más hizo por la dignificación y la recuperación de las libertades del país. Y los aragonesistas, especialmente, al abuelo, al padre, al hermano mayor, al colega, al hombre que desde finales de los años sesenta supo despertar la conciencia aragonesista que yacía dormida y entroncarla con los movimientos aragonesistas anteriores a la guerra civil. Y todo eso lo hizo apenas sin proponérselo, sin voluntad de impartir doctrina, sin dogmatismos, sólo con su ejemplo y su conducta. Por eso le quería y le quiere gente de toda condición, no sólo sus correligionarios. Él sabía muy bien que la verdad no es patrimonio de nadie, huyó del sectarismo como de la peste y tuvo amistades de todas las ideologías y en todo el espectro político.
A Labordeta nunca le gustó en realidad la práctica diaria de la política, pues él era ante todo un poeta, un escritor. Y para dar a conocer sus versos comenzó a musicarlos y se hizo cantante. Fue entonces la voz de Aragón, la voz del Aragón desheredado, preterido y olvidado. Estuvo siempre a la izquierda, apoyando a la izquierda, comprometido con ella, pero su corazón era aragonesista (como lo fue el de su padre don Miguel Labordeta Palacios) y por eso sólo tuvo dos partidos, los dos aragonesistas y de izquierdas: primero, el Partido Socialista de Aragón y, después, Chunta Aragonesista, donde militó desde los años noventa hasta su muerte. Y fue el mejor diputado aragonesista que Aragón pudo soñar, el hombre gracias al cual Aragón existió en el Parlamento de Madrid durante dos legislaturas, con un entusiasmo difícil de igualar. Todo un orgullo para los hombres y mujeres de CHA.
Escribió montones de libros, editó periódicos y revistas, grabó muchos discos, enseñó historia por los institutos de Aragón, hizo programas de televisión de gran éxito, recorrió Aragón y España cantando a su país, al amor y a la libertad, defendió la dignidad de los aragoneses y aragonesas en el Congreso..., hizo tantas cosas que es hoy imposible recordarlas todas. Pero pese a toda esa labor ingente, lo mejor de Labordeta estaba en sí mismo. Fue un buen hijo, un hermano ejemplar (nadie hizo más que él por mantener viva la memoria de su hermano, el poeta Miguel Labordeta), un marido enamorado y un gran padre y abuelo. Fue el mejor amigo, leal y generoso, humilde, sencillo y bondadoso. No conoció la envidia y nunca supo lo que era el rencor, por eso repartió afecto y lo recogió a manos llenas. Y, eso sí, tuvo un gran sentido del humor y fue, como buen aragonés, un somarda impenitente hasta el final.
José Antonio Labordeta ha sido uno de los aragoneses más importantes de todos los tiempos y un ejemplo permanente de amor y compromiso con el País. Ahora, sólo nos queda recordarlo siempre, imitar su ejemplo y mostrar al mundo el legítimo orgullo de que haya sido nuestro compañero y amigo.
Hasta siempre, José Antonio
Nieves Ibeas es presidenta de CHA
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